lunes, 27 de septiembre de 2010

Reconciliarse con el pasado.

RECONCILIACIONES PENDIENTES

¿Cuántas veces sucede que cobramos conciencia de algún acontecimiento del pasado y sentimos que hemos hecho un “viaje al infierno”?... Y nos viene como un calor, de repente, de una zona de nuestra naturaleza, como si fuese un volcán, que nos delata y trastorna. ¿Qué hacemos cuando “aquello ha regresado” o nosotros “hemos vuelto a aquello”? Porque ya que nuestro subconsciente es parte de nosotros, también nos responsabilizaremos de sus asuntos, sean frustraciones, traumas, temores, dolores o placeres, presentes y pasados; recordados u “olvidados” o más o menos “controlados”.

Antes que nada, debemos saber que estamos en un conflicto un poco complejo de resolver: porque estamos “frente” a una “inexistencia. ¿Hasta qué punto estamos plenamente convencidos de que lo pasado no existe más? En efecto, los recuerdos no son más que sensaciones o impresiones, huellas, restos de las vivencias o emociones de un tiempo que ya se ha ido. Debemos tener conciencia clara de que las intensidades y la vivacidad de las imágenes (incluso, de las cosas que se nos aparecen en sueños) son puramente subjetivas (dependen de un “sujeto”; es decir, no tienen un correlato en “lo objeto”) y no le conceden, de ningún modo, al pasado, una “categoría especial”. Por eso, tenemos que conquistar una certeza preliminar: “aquí y ahora” estamos a salvo; porque aquello, que sucedió, ya no existe. Punto. (Si no vamos a comenzar mal.)

Es muy ingenuo creer que hemos “cerrado todas las puertas” en nuestra vida… y la experiencia nos enseña que es obvio (y natural) que siempre quedan “situaciones no resueltas” (o inconclusamente resueltas), pero debemos saber que eso no nos impone ninguna obligación en nuestro presente: no podemos fomentar el mecanismo del “acomplejado” de querer volver el tiempo hacia atrás y hacer lo que debiéramos haber hecho y no hicimos en su tiempo. La sola pretensión de esto debemos verla como una necedad, o como un conflicto no sólo “psíquico” y “espiritual” sino, más bien “existencial”, antirealista, “anacrónico”, fuera de tiempo, fuera de lugar. No podemos fomentar el deseo de querer resolver sino, a duras penas, lo que está ante nuestras posibilidades actuales, y de acuerdo a nuestras actuales fuerzas, capacidades y condicionamientos.

Es sospechosa, o del todo falsa, la creencia de que “debemos tratar y atender” inmediatamente a lo que “emerge” del “fondo oscuro” de nuestro subconsciente –vivir esa y a esa “demanda” no puede sino trastornarnos y llevarnos a “otra parte”, lejos de nuestra realidad presente. Una vez que hemos tomado conciencia del mundo real, debemos conceder a lo “realmente posible”, y dejar de pretender dar vueltas (sin sentido) sobre lo que ya no se puede volver a traer al presente más que en la imaginación o construir con la fantasía, con el pensamiento. “Hay un momento para cada cosa bajo el sol” dijo un sabio: no queramos, a destiempo, querer solucionar lo insoluble.

Es posible que se instale el pensamiento de que hay situaciones que pueden “cerrarse” por estar aun su “objeto” pasado en el presente (“cerca”), pero tenemos que saber que ya ese “objeto” no es el mismo -como tampoco nosotros lo somos… Aunque nos desdiga nuestra “fantasía”, el tiempo ha modificado aquella realidad y no hay nada allí. Por eso, no podemos ya más que determinarnos con firmeza a dos alternativas, según las circunstancias y no nuestro antojo –si queremos salir “ilesos” de ese “retorno al pasado”. Una (si estamos atravesando por el momento oportuno), pegarnos “una vueltita por aquello o aquel momento” y tomar del pasado (de los hechos y/o personas del pasado) los elementos que puedan “explicar” nuestro presente (algunos psicólogos sostienen que es “curativa” la “revivencia” y que tiene un poder “autocomprensivo”). Dos, simplemente declararlo pasado de modo solemne y conciente, y servirse del natural mecanismo de “negación”, no de represión!, para no dejar que lo que no existe interfiera en lo que sí existe; es decir, para que el pasado no “dialogue” con el ahora. --Por mi parte, no creo que el mecanismo de “revivencia” tenga una efectividad contundente o sirva en todas las circunstancias, de acuerdo a la experiencia, incluso sí parece que puede, en algunos casos, convertirse en un “trauma presente”, es decir, en una “herida” (en griego, herida, se puede decir “trauma”) y supurante; en un nudo existencial que no nos deje madurar y crecer, y seguir con nuestras vidas, de un modo “libre”.

“Reconciliarse con el pasado” no significa siempre necesidad de volver “al lugar u objeto del hecho” en cuestión. A veces puede implicar, simple y sencillamente, la aceptación de que nos hemos equivocado, y reconocer que debemos cargar con ello el instante en que lo pensemos, y ningún otro instante. Y de que el tiempo ha pasado. Y de que no somos, ni podemos saber todo (lo que deseamos). De que la vida es un proceso de maduración y aprendizaje, y de que el pasado debe ser tomado como “una lección ya escrita”, incorregible, y ya nunca más dañina –a menos que pretendamos dejarla que se apodere de nuestro presente, y en cuyo caso debemos iniciar un tratamiento de “aquel asunto”, pero, sobre todo, para aprender una lección esencial: la que nos muestra los límites de nuestra humana voluntad (y lo que queremos y podemos hacer o no) y de nuestro conocimiento (y lo que queremos saber, descubrir, o no). Es posible que tengamos que aprender a convivir en paz con aquella sensación (¿o tentación?) de poder-hacer aún algo por “lo que ya no existe”, o sobre “lo que” aun existe “en nosotros”. ¿Cuál es la muestra de que hemos sucumbido al “pasado”? Mirar nuestra el escenario de nuestra conciencia cotidiana, cara a cara, y ver si estamos en disposición de ofrecimiento; es decir, si estamos, cada día, dándole “existencia” con nuestro pensamiento, imaginación y deseos.


Pablo H. Bonafina


No hay comentarios: